El extraño fruto de la tortura



por Paul Craig Roberts



La primera confesión hecha pública por los tribunales militares del régimen de Bush –la de Khalid Sheikh Mohammed– ha acabado desacreditando todo el proceso. Escribiendo desde su perspectiva de jurista, el profesor de Derecho de la Northwestern University Anthony D’Amato compara la confesión de Mohammed con las que aparecieron en los juicios-espectáculo de Stalin contra los dirigentes bolcheviques en los años treinta.

Este fue mi primer pensamiento. Recordé mi conversación hace años con el disidente soviético Vladimir Bukovsky sobre el comportamiento de los disidentes soviéticos bajo tortura. Me contó que la gente presionada bajo la tortura para dar nombres intentaba recordar nombres de gente ya fallecida. Los que conseguían mantener la suficiente consciencia bajo la tortura confesaban una serie inconcebible de crímenes, en un intento de alertar al público de la falsedad del proceso entero.

Esto es lo que ha hecho Mohammed. Sabemos que ha sido torturado, porque su respuesta a la pregunta obligatoria sobre el trato recibido durante sus años de detención está claramente redactada. Sabemos también que ha sido torturado porque el Departamento de Justicia (sic) ha dado luz verde a la tortura, y porque el Acta de las Comisiones Militares permite las torturas y las sentencias de muerte basadas en confesiones extraídas mediante torturas.

La confesión de crímenes y complots de Mohammed es tan vasta que Katherine Shrader, de la Associated Press, ha revelado que los americanos que extrajeron esta confesión no creen en ella. Es exagerada, han dicho los torturadores de Mohammed, y debe ser tomada con reservas.

En otras palabras, el círculo de torturadores de Estados Unidos, en un primer momento eufórico por su éxito, ha acabado cayendo en su propia farsa. El orgullo viene antes de la caída, como dice un dicho inglés.

La confesión de Mohammed admite haber planeado 31 ataques por todo el mundo, incluyendo la voladura del canal de Panamá y el asesinato de los presidentes Carter y Clinton, y del Papa. Y puesto que ha asumido la responsabilidad del lote completo así como de cualquier otra cosa que pudo imaginar, él fue el espectáculo entero. No se necesitaban otros terroristas.

Leer las respuestas de los oyentes de la BBC a las confesiones de Mohammed muestra que el resto del mundo o bien está riéndose del gobierno de los Estados Unidos por ser tan estúpidos de suponer que alguien en algún sitio iba a creerse esta confesión, o bien está condenando al régimen de Bush por parecerse a la Gestapo o al KGB.

Los humoristas han tenido el terreno abonado con esta confesión: “ ‘Soy una mente criminal muy peligrosa’, dijo Mohammed, que confesó también el secuestro del hijo de Lindberg, el atraco a Brink, la matanza del Día de San Valentín y los asesinatos de Lincoln y McKinley. Mohammed también aceptó su responsabilidad en la difusión de la fiebre del heno alrededor del mundo, y en los días de campo arruinados por la lluvia”

Si había algo todavía no desacreditado en el régimen de Bush, la confesión de Mohammed ha acabado por liquidarlo.

La parte más importante del caso de Mohammed está todavía por aparecer en titulares. Además de haber retenido y torturado a cientos de personas durante años en Guantánamo –no sabemos cuántas más en prisiones secretas por todo el mundo– el gobierno de los Estados Unidos ha obtenido sólo 14 “detenidos de alto valor”.

En otras palabras, ese gobierno no tiene nada contra el 99 por ciento de los detenidos, esos que presuntamente son tan peligrosos y malvados que deben ser mantenidos en prisión sin cargos, sin acceso a abogados y sin contacto con sus familias.

No es de extrañar. La inmensa mayoría de los detenidos, supuestos “combatientes enemigos”, no son terroristas capturados por la CIA y los valientes soldados americanos. Son personas desafortunadas que tuvieron la mala suerte de encontrarse fuera de sus países o de sus territorios tribales cuando fueron secuestradas por bandas criminales de “señores de la guerra”, que se beneficiaban enormemente de las recompensas ofrecidas por los norteamericanos para quienes les trajeran “terroristas”.

Al gobierno de los Estados Unidos no le importa que gente inocente haya sido secuestrada, porque el gobierno de los Estados Unidos necesita desesperadamente demostrar que existe un gran número de terroristas, y mostrar su eficacia en proteger a los estadounidenses capturando terroristas. Sobre todo, el gobierno de los Estados Unidos de América necesita “sospechosos peligrosos” que pueda usar para mantener a los estadounidenses en un estado de temor permanente, tras el cual ir minando las protecciones constitucionales y la Declaración de Derechos.

El régimen Bush-Cheney tuvo éxito en un primer momento en este ruin plan, hasta que todo se vino abajo con la ridícula confesión de Khalid Sheikh Mohammed.

¿Y ahora el totalitario tribunal militar de Bush ejecutará a Mohammed sobre la base de su confesión extraída bajo tortura, lo que en todo el mundo será visto simplemente como un asesinato?

Si Bush no puede asesinar a Mohammed, el gobierno de los Estados Unidos tendrá que quitar a Mohammed de en medio, mandarlo donde no pueda hablar y contar su experiencia. El gobierno de los Estados Unidos tendrá que copiar el “agujero en la memoria” de Orwell destruyendo la mente de Mohammed con drogas que le alteren la razón y con abusos. George Bush y Dick Cheney ya han hecho caer a los Estados Unidos de América a tan bajos niveles.


Paul Craig Roberts es catedrático de Economía Política en la Universidad de Georgetown y ha sido Senior Research Fellow en la Universidad de Stanford. Ha sido Secretario Asistente del Tesoro durante la administración Reagan.


Fuente: Counterpunch
Traducción Observatorio de la Islamofobia


Véase también sobre este tema:

Comienza la farsa de los juicios de Guantánamo

Amnistía Internacional alerta de los juicios ilegales de Guantánamo

La canción de Guantánamo de Khalid Sheikh Mohammed

La prensa internacional, indiferente a la tortura