Culturalismo



por Hoja de Ruta



En un momento histórico no muy remoto afloraron las denominadas teorías raciales para objetivizar la situación social, económica o política de los pueblos. De esta forma se creía dar una respuesta científica para explicar, por ejemplo, el mayor o menor nivel de desarrollo de un país o continente. Así, la supuesta inferioridad racial de algunos pueblos justificaba con creces la dominación de éstos por parte de otros pueblos “blancos y civilizados”. El argumento de que no estaban preparados para autogobernarse o decidir sus destinos abrió las puertas a la empresa del colonialismo moderno, la que muestra efectos nefastos e irreparables hasta nuestros días en gran parte de África y Asia, principalmente, en Palestina, Afganistán e Irak, por citar algunos.

Estas teorías raciales fueron superadas por las ideologías hegemónicas y en pugna durante la Guerra Fría –comunismo versus capitalismo– y luego por otras teorías o discursos de corte ideológico-cultural, que se conocerían más tarde como discursos culturales. Es cierto, hoy en día se ha dejado de hablar de razas propiamente tal, porque no existen evidencias que puedan probar que existan diferencias anatómicas o fisiológicas tan substanciales entre los seres humanos, como el tamaño del cráneo o el tipo de sangre, que nos permitan hablar de “razas puras”, o “razas mejores o peores”; ¿Cuál es la raza chilena, estadounidense o árabe? Pareciera ser que más bien somos un crisol de mezclas entre pueblos diversos que se han desarrollado a través de la historia de la humanidad. Por tanto, se ha llegado a una especie de consenso de que las diferencias entre los pueblos tiene relación mayormente con sus peculiaridades culturales: historia, idioma, idiosincrasia, costumbres e identidad.

Se hace prudente anunciar que el surgimiento, desarrollo y término de las teorías raciales emerge al alero del poder, de intereses u objetivos políticos bien precisos y definidos; las teorías no son neutras, imparciales e ingenuas y casi siempre responden a algún patrón ideológico o doctrinario. Cabe recordar, por de pronto, el discurso de la “raza aria” impulsado por el movimiento nazi, para inculcar ideológicamente la superioridad de “su raza” sobre otras existentes, discurso que era funcional al proyecto político de levantar una gran Alemania, desde luego en desmedro de otros pueblos [1] y países. O bien, el discurso sionista acerca de que la “tierra prometida” es exclusiva para el “pueblo elegido por Dios”, como si se tratase de un pueblo homogéneo y puro que ha sido escogido entre todos los pueblos del mundo, para ser el propietario único de cierta porción de la tierra por decreto o mandato divino.

Desde el fin de la segunda gran guerra, las teorías raciales han perdido terreno en la academia y también en la política mundial, pero este vacío teórico y práctico no ha tardado en ser remplazado por otras teorías y discursos culturales –principalmente desde la década de los noventa–, que también tienen una misión ideológica, e incluso con un trasfondo mesiánico, como el llamado “choque de civilizaciones”, desarrollado por el intelectual estadounidense Samuel Huntington. En esta teoría cultural se destaca que “el carácter de las grandes divisiones de la humanidad como de la fuente dominante de conflicto será cultural… en los principales conflictos políticos internacionales se enfrentarán naciones o grupos de civilizaciones distintas; el choque de civilizaciones dominará la política mundial” [2]. Esto supone, desde luego, que ya no serán las ideologías como las conocíamos hasta hace poco, las que dividirán el mundo y, a su vez, lo cultural tomará un rol preponderante como causa principal de los grandes conflictos internacionales.

Al parecer, la presente teoría encuentra su razón de ser en los intereses estratégicos –post caída del Muro– de Estados Unidos en lo que respecta al denominado Mundo Islámico, que se inspira en el combate a un nuevo ”Imperio del mal” luego de la caída de la URSS y de los llamados socialismos reales. Una lucha que, a diferencia de la anterior, no es contra estados o regímenes que sustentan una determinada ideología, sino contra algo de mayor ambigüedad. El enfrentamiento sería, más bien, en contra de otra “forma de existir”, lo que supone facilitar la deshumanización y la consecuente criminalización del “otro”. Dicho enfoque teórico tiene implicancias geoestratégicas relevantes, especialmente en lo que respecta a la disipación o invisibilización total o parcial de fronteras, espacios y tiempos.

Si bien no es una teoría novedosa desde el punto de vista de la teoría o la filosofía política [3], sí lo es desde la perspectiva de su implementación empírica, a la luz del fin de la Guerra Fría y del llamado "fin de las ideologías" o "fin de la historia" [4], puesto que existe la necesidad realista de generar un “nuevo enemigo a combatir”, para que de esta forma la ideología neoconservadora de la Guerra Preventiva , se pueda manifestar plenamente con toda su fuerza en cualquier parte del mundo e inclusive al interior de las fronteras de países como Arabia Saudita, Egipto o Argelia, a través del Estado policial y sus respectivos aparatos represivos [5].

En la presente edición Nº VII de Hoja de Ruta esperamos abrir el debate y la reflexión teórica, con argumentos que nos permitan examinar, problematizar, rastrear o descifrar el culturalismo, entendido en términos de la elaboración de una discursividad cultural, que más que explicar algunos aspectos presentes en las relaciones internacionales actuales o bien la tan en boga relación Oriente-Occidente, pretende instalar dispositivos o dogmas ideológicos que simplifican y más bien nublan las relaciones entre los Estados, las culturas y los problemas mundiales, para así satisfacer los intereses y lograr el beneplácito de las grandes potencias.

Llegando a consenso en lo anterior, la teoría del “choque de civilizaciones” se inscribe como una especie de “profecía auto cumplida”, en la cual la mayor potencia mundial, Europa y sus aliados se adjudican por derecho propio la legitimidad para “defenderse” como sea y donde sea de aquella “otra civilización” que es vista como sospechosa y en contraposición a Occidente, o bien, como amenaza creciente de los “valores exclusivos que encarna Occidente”.



Notas

1. Nótese que uno de los pueblos –no europeos– más afectados por la política nazi fue el pueblo palestino, puesto que desde que Hitler asumió el poder político en Alemania en 1933, aumentó considerablemente el número de judíos que llegaba a instalarse y a colonizar Palestina y, por tanto, ayudó a consolidar el proyecto del movimiento sionista de construir un Estado Judío en Palestina.

2. Huntington, S. ¿Choque de Civilizaciones? , Foreign Affairs en español, verano de 1993. p.1.

3. Véase el artículo “Las raíces de la ira musulmana” del orientalista Bernard Lewis.

4. El fin de la historia es el título de la obra de Francis Fukuyama, uno de los libros más polémicos desde el fin de la Guerra Fría.

5. Nótese que la denominada “guerra preventiva” no es implementada exclusivamente por países europeos y Estados Unidos, sino también se materializa en los países árabes por medio de los regímenes autoritarios en el poder en contra de los movimientos islamistas, principales opositores en la actualidad.


Fuente: Hoja de Ruta (Chile), mayo de 2007


Véase sobre este mismo tema:

Soumaya Ghannoushi:
El odio religioso no es más que una variedad de racismo

Nasreddin Peyró:
Sobre el Islam y la identidad europea