Libros: Las feministas y el muchacho árabe


Nacira Guénif-Souilamas y Eric Macé: Les féministes et le garçon arabe [Las feministas y el muchacho árabe]. París: Editions de l'Aube, 2004.



Extractos de una entrevista con Eric Macé:
“El feminismo republicanista francés es un pseudo feminismo”


¿Cómo es que el debate en torno al pañuelo, que debería haber girado en torno al asunto del laicismo, ha tomado de pronto una dimensión feminista?

Todas las palabras llevan trampa en este asunto. El primer debate giraba efectivamente en torno a la definición de laicidad y, aunque el caso del pañuelo en Creil en 1989 afectaba a dos muchachas que llevaban pañuelo, no se las señalaba tanto como mujeres jóvenes sino como musulmanas practicantes. En esos días, esa definición de laicidad que pretendía excluir de la escuela a las jóvenes musulmanas que llevaran pañuelo se reveló muy frágil políticamente, ya que fue invalidada por el Consejo de Estado. Este organismo entendía que la expresión pública de las convicciones religiosas, incluso en el seno de las instituciones educativas, emanaba –según la ley en vigor entonces– de las libertades individuales, y nada permitía excluir al alumnado por este motivo mientras no se observara proselitismo o contestación de los programas escolares. A partir de ese momento, es precisamente esta interpretación de la ley y la ley misma las que van a ser metódicamente atacadas por un movimiento reaccionario laicista que no cesará de agitar la amenaza de un islamismo organizado que supuestamente tendría por objetivo político-religioso la destrucción de la laicidad republicana y la intromisión de la religión musulmana en las instituciones y en las leyes de la República. Evidentemente se puede refutar la realidad de esta amenaza, como lo hace la mayoría de los estudios sociológicos serios sobre la sociedad francesa contemporánea en general y sobre las jóvenes que llevan pañuelo en particular, al igual que se puede refutar una definición de la laicidad incapaz de tener confianza en sus propias instituciones educativas para poder respetar las libertades individuales a la vez que se le dan a todos los medios para no reducir su definición de sí mismos a sus creencias religiosas o a sus filiaciones étnicas. Pero esto tiene poco peso frente a una potente campaña que cabalga políticamente sobre la crispación de una “identidad francesa” que es incapaz de comprender que la Francia contemporánea no es la reserva asediada de una nación étnica franco-francesa, sino, exactamente igual que el resto de las sociedades contemporáneas, el producto post-colonial y post-inmigración de una nación profundamente aculturizada por una modernidad a la vez abierta, múltiple, y ya sin certezas en cuanto a la superioridad de su civilización y al progreso de la modernización (se puede ver que este mismo guión se vuelve a representar en Francia con la misma dramatización en torno al asunto de la adhesión de Turquía a la Unión Europea). Sea como sea, la cuestión del pañuelo en Francia se ha convertido en la forma legitimada de una detestación del Islam en general y de los árabes en particular, y esto está sucediendo mientras se denigra el racismo explícito del tipo Frente Nacional. Lo que Nacira Guénif-Souilamas y yo mostramos en nuestro libro es que la recusación de la decisión del Consejo de Estado, y la consiguiente modificación de la ley, se han hecho extendiendo las causas de la “amenaza islámica”: amenaza religiosa anti-laica, amenaza terrorista islamista, amenaza mafiosa delincuente-religiosa en los barrios populares, y por último amenaza sexista de un Islam que apoyaría la discriminación y la violencia contra las mujeres. Esta articulación entre laicismo y feminismo se ha realizado de la siguiente forma: al principio hubo la denuncia de jóvenes que habían sido violadas, después la publicidad y la manipulación de este tema por la asociación Ni Putas Ni Sumisas (NPNS), después la instrumentalización de esta causa a la vez por NPNS, por el conjunto de los políticos y por una gran parte de los medios intelectuales, para construir un enemigo detestable: el muchacho árabe, velador y violador, enemigo común de laicistas y feministas republicanistas. Estos dos sectores se dieron ya la mano en el contexto de la petición de la revista Elle, también publicada en Le Monde, para exigir al presidente de la República, a la vez en nombre de las mujeres y de la laicidad, una ley que invalidara la decisión del Consejo de Estado y que condujera a la exclusión de las jóvenes que llevaran pañuelo a la escuela, sin que nunca éstas últimas pudieran tomar la palabra: al ser consideradas como “manipuladas” por los laicistas, y como “alienadas” por las feministas republicanistas, había que salvarlas contra su voluntad del “oscurantismo” en el que ellas, como antes de ellas sus antepasadas colonizadas, estarían encerradas. Para nosotros es bastante evidente que este feminismo republicanista es un pseudo feminismo, que se cree autorizado a hablar de las mujeres en lugar de las propias mujeres, y esto en nombre de la razón, lo que era precisamente el punto de vista del patriarcado antes de su contestación por el feminismo.

Usted afirma que para que en Francia el feminismo no sonara a “conflictivo” y mereciera una atención política y mediática favorable, éste tuvo que construirse una serie de adversarios indiscutibles: la “lesbiana radical agriada”, la “joven velada” y el “muchacho árabe”.

Lo que caracteriza la situación actual del feminismo en Francia es que es víctima a la vez de sus victorias y de sus derrotas. Víctima de sus victorias: puesto que hoy las discriminaciones sexistas están prohibidas por ley en todos los ámbitos de la vida, toda contestación al sexismo predominante en cualquier esfera de la sociedad francesa (que permanece organizada según una asignación preferencial de las mujeres al ámbito familiar y doméstico, en detrimento de su carrera profesional) es descalificada en nombre del rechazo a una “guerra de sexos” a la americana. Desde este punto de vista, si las mujeres no consiguen “conciliar” su vida personal con su vida profesional, no es culpa del sexismo sino del propio feminismo, que les estaría incitando a pensar que podrían “tenerlo todo”. Y el feminismo es, desde este punto de vista, víctima de su derrota cara al anti-feminismo, que continúa defendiendo que las diferencias naturales entre hombres y mujeres justifican roles y trayectorias sociales diferentes, en realidad jerarquizadas. El feminismo es así tachado de “conflictivo”, y la única condición para que el (pseudo) feminismo se convierta en “legítimo” -se ha podido ver en el consenso político unánime en torno a Ni Putas Ni Sumisas y a la petición de Elle- es que participe en la cruzada republicanista y laicista contra estos extranjeros a Francia que serían los muchachos árabes violentos y las chicas musulmanas con pañuelo.

¿La cuestión feminista puede ser disociada de la cuestión de la desigualdad social y de la discriminación racista?

La discriminación y la violencia sexista están en todos los lugares de la sociedad francesa contemporánea, y afectan a las mujeres de todos los medios socio-culturales. Desde este punto de vista existe un interés común para todas las mujeres en luchar contra el sexismo, desde la lucha contra la violencia conyugal, completamente extendida, hasta la lucha contra formas más específicas como son el hostigamiento en la calle en los barrios populares o la limitación implícita y metódica del acceso a puestos de poder político y económico (“techo de cristal” jerárquico). Sin embargo, y al mismo tiempo, también se ejercen otras relaciones sociales de poder y de dominación, de manera que ciertas mujeres se encuentran oprimiendo a otras mujeres en razón de la diferencia de su identificación étnica o de su posición de clase. Es precisamente el caso del asunto del pañuelo: en nombre de las mujeres, ciertas mujeres alimentan la estigmatización de otras mujeres, doblemente marcadas por su estatus social popular y por su filiación “étnica”, con lo que contribuyen a reforzar -más que a combatir- las desigualdades sociales y las discriminaciones racistas.

Usted denuncia esta imagen del “muchacho árabe” como un cuerpo triplemente extranjero para la modernidad: extranjero para la modernidad laica, extranjero para la modernidad republicana jacobina, y extranjero para la modernidad feminista. Una imagen que por otro lado fomenta el movimiento Ni Putas Ni Sumisas. ¿Cómo explica usted este cliché?

Quienes estigmatizan estas figuras en nombre de la modernidad participan de una modernidad tardía: Ha terminado el tiempo de las tranquilas certezas coloniales, desarrollistas y cientifistas sobre los beneficios de la civilización occidental y de la modernización, como se ha terminado el tiempo en el que por su bien había que hacer de los individuos buenos ciudadanos, buenos soldados, buenos trabajadores, buenos cabezas de familia, buenos franceses y buenos indígenas musulmanes. La segunda modernidad es una modernidad de la incertidumbre, que no puede resolver los problemas técnicos, medioambientales, geopolíticos y culturales que ella misma provoca, a no ser que acepte “tomar en cuenta” democráticamente la diversidad de puntos de vista existente –antes de ponerse a aplicar políticas que deben estar siempre justificadas democráticamente y no impuestas en nombre de valores sacralizados colocados fuera de la política. Estos clichés son por lo tanto la expresión de la resistencia reaccionaria (republicanismo, laicismo, pseudo feminismo) de las corrientes políticas y culturales hoy dominantes en Francia.


Eric Macé es investigador del CADIS (CNRS), Universidad de París III - Sorbonne Nouvelle. Es también el autor de "Laissez venir à nous les jeunes filles voilées... et tous les autres", Cosmopolitiques, n° 6, 2004, y de (con Angelina Peralva), Médias et violences urbaines. Débat politique et construction journalistique, París, La Documentation Française, 2002.

Fuente: Oumma.com
Traducción Observatorio de la Islamofobia