Sobre "guerras santas","infieles" y otros vocablos ajenos al Islam



por Nasreddin Peyró



En los modernos discursos occidentales contra el Islam se da de forma recurrente un curioso fenómeno: términos que pertenecen al más rancio acervo cristiano se adjudican a los musulmanes… precisamente para intentar demostrar lo nocivo de las raíces del Islam.

Se trata de palabras que en su día fueron creadas por el mundo eclesiástico cristiano para identificarse a sí mismo, a sus miembros o a sus actividades, y que acabaron desacreditadas para siempre por la práctica represiva e inquisitorial que las acompañó. Convertidas definitivamente en conceptos negativos, irrecuperablemente repelentes, han sido recicladas en las modernas peroratas islamofóbicas para pasar por palabras autóctonas del mundo musulmán, pese a lo que nos dicen los diccionarios etimológicos o pese a que tales expresiones no tengan siquiera equivalentes literales en las lenguas habladas por las grandes comunidades de musulmanes (es decir, no puedan encontrarse palabras que las traduzcan directamente en indonesio, urdu, turco, árabe, persa…).

Entre estas palabras está “guerra santa”, que tanto juego da para el descrédito moderno del Islam, y cuyo origen y único fundamento está en el fenómeno histórico de las diversas cruzadas lanzadas por los grandes poderes de Europa contra los musulmanes y otros “enemigos de Roma” a lo largo de los siglos (baltos, cátaros…). Cuando el papa Ratzinger lanza sus recientes soflamas contra la “guerra santa” del Islam, olvida –o mejor, hace que olvida– que esa extraña y esperpéntica invención de una matanza “sagrada” cuyos caídos (si son del bando de los matachines, se entiende) van directamente, en alta velocidad y sin escalas, al cielo, no es sino el modelo clásico de la cruzada, la guerra santificada y bendecida en bula por Roma. Desde las antiguas cruzadas medievales, que arrasaban sinagogas a su paso por el mundo cristiano y luego volcaban su destrucción en las tierras de los musulmanes, hasta la última cruzada glorificada por Roma: la del fascismo español contra la democracia constitucional de 1931. Ratzinger no debería buscar en el proceloso Oriente la esencia de un fenómeno que siempre partió de los suntuosos aposentos que él ocupa ahora. Las fotos de Pío XI rociando con agua bendita los morros de los aviones de Mussolini antes de partir a bombardear Etiopía o España son unos de los documentos más recientes del único tipo real de “guerra santa” que la humanidad ha conocido.

Que la “guerra santa” es un fenómeno que pertenece genuinamente a la cultura occidental se evidencia, además de en la realidad histórica de las cruzadas, en que es un concepto que no necesita más explicaciones para el moderno lector o espectador educado en la cultura europea. Nadie por aquí se pregunta nunca qué rayos quiere decir eso de una guerra “bendita”, cómo es posible que una atrocidad sea “santa”. Si “santo” tiene connotaciones de bondad y de altruismo, cómo puede ser santa una masacre. Tomado en el justo valor de sus términos, “guerra santa” es una contradicción. Qué menos que alguien se preguntara en Occidente alguna vez por el significado de este repulsivo engendro, completamente híbrido y contradictorio, y más cuando se dice proveniente de la lejana y exótica cultura de los “sarracenos”. Pero al buen occidental, educado en los valores y en la tradición europea, basta con que le cuenten telegráficamente que los moros pretenden montar “la guerra santa” para que todo le quede perfectamente claro a la primera. Nadie pregunta en Occidente por el sentido del palabro “guerra santa” porque todos conocen de sobra las cruzadas, y se han educado en su espíritu a través de los tiempos. Gott mit uns!

Si el compuesto “guerra santa” fuera ajeno a los valores de la cultura occidental provocaría cuando menos algo de perplejidad o asombro en alguien de por aquí aunque sólo fuera de vez en cuando. Tomemos un ejemplo de un concepto realmente ajeno a la cultura europea: la llamada “guerra florida” que practicaban los aztecas. Imagínate que no has leído La noche boca arriba de Cortázar y te dicen que los moros, o los negros, o los chinos, o cualquiera de tus monstruos favoritos, se han lanzado a la “guerra florida”. Seguro que preguntarías al menos qué es eso de una “guerra florida”, en qué puede consistir. Y esto lógicamente sucedería porque la “guerra florida” es algo realmente inaudito para la tradición en la que te has educado.

Los musulmanes occidentales, que somos los más directamente enfrentados a estos discursos delirantes sobre una supuesta “guerra santa islámica (sumando una nueva contradicción a la contradicción), y también muchos arabistas cristianos honrados, hemos empleado desde hace años nuestro tesón y nuestra paciencia en decir en todos los foros a donde hemos accedido que el concepto islámico de yihad nada tiene que ver con “guerra santa” (se parece tanto como madina a “cazabombardero”). Hay que decir que poco a poco lográbamos clarificar el tema, y que muchos occidentales estaban dándose cuenta de que traducir yihad por “guerra santa” era antes que nada una muestra de supina ignorancia. Pero vino la espectacular destrucción del World Reichstag Center, vinieron los spots televisivos de USAmabinladen y alCIAwahiri, es decir vino el fundamentalismo norteamericano y su propaganda de guerra colonial, y todo retrocedió al principio. A la sombra de la cruzada para el “Nuevo Siglo Americano” surgieron por todo Occidente esperpénticos “expertos” en Islam que no sólo volvieron al viejo argumento de que yihad significa cruzada (perdón, quería decir “guerra santa”), sino que inventaron un neologismo para asustar a los más desinformados: “yihadismo”. No existe entre los valores del mundo musulmán ni la “guerra santa” ni el “yihadismo”, por más útil que les resulte a estos “expertos” para su objetivo de criminalizar y perseguir al Islam. Yaratullah Monturiol, en un reciente libro muy recomendable, explica una vez más qué significa realmente yihad para los musulmanes [1]. ¿Pero acaso les importa a estos nuevos inquisidores lo que los términos islámicos signifiquen para los musulmanes? Entre los dogmas básicos del orientalismo –el discurso occidental que justifica la colonización del Islam– Edward Said señalaba el de que “Oriente es incapaz de definirse a sí mismo” [2]. Cuando los musulmanes intentan argumentar con conocimiento contra los horripilantes tópicos atribuidos al Islam o son simplemente desoídos o se tilda sus razonados argumentos de astuta “propaganda” o “proselitismo” (ya se sabe que los sarracenos son taimados y arteros).

Además de “guerra santa” tenemos muchos otros conceptos cristianos viejos que hoy se intentan presentar como oriundos del Islam. Es como si nos echaran su basura diciendo que es nuestra. Por ejemplo, entre los preferidos en los discursos más alarmistas (en las historietas macabras sobre “yihadismos”), el de “infieles”. Todos los españoles tenemos la certeza de que los musulmanes dicen estas cosas tan inquietantes, hemos visto de hecho a los moros llamando “infieles” a los cristianos (así, en castellano)… en las páginas del Guerrero del Antifaz (o del Capitán Trueno). “¡Maldito infiel, muere, sí!” decía el malencarado sarraceno con su espada curva al héroe del cruzado mágico. Y entre los álbumes del Guerrero del Antifaz matamoros y los modernos panfletos neocon sobre “yihadismo”, si uno va al fondo de las cosas, se encuentra sólo una diferencia fundamental: en los últimos faltan los dibujitos.

Infiel” es un término eclesiástico de Roma, y es el mundo eclesiástico, con su práctica, el que lo convirtió en una palabra-amenaza. In-fidel, literalmente “el que no tiene fe”, aplicado específicamente a quienes no eran cristianos. Dice María Moliner en su Diccionario de uso del español: “Infidelidad: Conjunto de los infieles o no conocedores de la fe de Cristo”. Y también: “Se aplica a los que no profesan la religión cristiana; particularmente a los pueblos no civilizados que no la conocen: «Fue a convertir infieles»”. En tiempos de la Inquisición, “mor(isc)os infieles” y “judíos infieles” llenan las páginas de los infames procesos. No convenía nada ser llamado “infiel”, porque era una acusación que llegaba a costar la vida. Como una remembranza de aquellos días, los occidentales de hoy siguen pensando que el insulto es extremadamente grave y que quien lo recibe está amenazado de muerte (“infiel” como declaración de odio). Es que están imaginando al inquisidor cristiano, que conocen tan bien, dado la vuelta y convertido en moro, el reo vuelto verdugo, como en esas pesadillas del torturador en que las víctimas se levantan y le aplican su propio suplicio. Es la ira destructiva de la Inquisición, tan familiar, la que dan por supuesto en ese Islam “de enfrente” que grita frases textuales de Torquemada o de Savonarola.

El Islam tiene un término que ha pasado en Occidente por ser la palabra árabe para “infiel”. Este término es kâfir. La palabra kâfir significa literalmente “el que se tapa” (el que se cierra a los signos de Allah) [3]. De kâfir viene en las lenguas occidentales cafre, que es un insulto, pero no somos los musulmanes responsables de esto último. Fueron los europeos quienes en su colonización de sur de África usaron el nombre de un pueblo llamado por influencia de sus vecinos musulmanes kafir, los xhosa, para crear un exótico estereotipo de bárbaro grosero al que aludir con desprecio en los círculos civilizados blancos. Algunos atribuyen la creación de este insulto a los portugueses, y otros a los ingleses. Cafre fue en este sentido un término racista acuñado por y para la metrópoli: ser un “cafre” sudafricano era el no va más del salvajismo y la barbarie, como lo era comportarse como un “apache” o hacer el “indio”.

Nadie debe espantarse, por el contrario, por ser considerado un kâfir entre los musulmanes. Simplemente es alguien diferente, que tiene sus propias costumbres y se rige por sus propias leyes. Una azora del Corán, precisamente llamada “de los kâfir(Sûra al-Kâfirûn), se dirige a ellos en segunda persona y señala lo evidente: “Yo no sirvo lo que vosotros servís, y vosotros no servís lo que yo sirvo. Yo no sirvo lo que vosotros habéis servido y vosotros no servís lo que yo sirvo”. La azora termina con una clara llamada al respeto en la diferencia: “para vosotros vuestro dîn [4] y para mí el mío”. Ninguna amenaza, ninguna llamada a la “conversión” forzada, al ajusticiamiento de los recalcitrantes. Ningún parecido con el vocabulario inquisitorial europeo y sus “infieles” siempre en la picota, en fin.

Pero esto no termina aquí.

Notas

[1] Yaratullah Monturiol, Términos clave del Islam. Córdoba: Centro de Documentación y Publicaciones Islámicas, 2006: “Yihâd: literalmente, y en su sentido fundamental, significa “esfuerzo para lograr el salâm” (p. 117).

[2] Edward Said, Orientalismo. Madrid: Prodhufi, 1990, p. 354. Los dogmas del orientalismo son para este autor los siguientes: “Uno es la diferencia absoluta y sistemática entre Occidente, que es racional, desarrollado, humano y superior, y Oriente, que es aberrante, subdesarrollado e inferior. Otro consiste en que las abstracciones sobre Oriente, y particularmente las que se basan en textos que representan a una civilización oriental “clásica”, son siempre preferibles al testimonio directo de las realidades orientales modernas. Un tercer dogma es que Oriente es eterno, uniforme e incapaz de definirse a sí mismo, por tanto se asume como inevitable y como científicamente “objetivo” un vocabulario generalizado y sistemático para describir Oriente desde un punto de vista occidental. El cuarto dogma se refiere a que Oriente es, en el fondo, una realidad que hay que temer, o que hay que controlar” (pp. 353–354).

[3] “El que oculta la verdad y la belleza del mundo” (Monturiol, Términos… p. 54).

[4] Dîn: término que traducido como “religión” resulta confuso. El dîn es una actitud social y una forma de enfrentarse a lo Absoluto” (Monturiol, Términos… p. 20).