Informando sobre el Islam



por Soumaya Ghannoushi



Una calurosa tarde de domingo de hace algunos años fui con mi grupo de scouts a una manifestación contra la guerra de Iraq, que se celebraba poco después de nuestra reunión semanal. Vestidos con nuestros uniformes de scouts nos unimos a cientos de manifestantes que llevaban banderas y pancartas, tocaban silbatos y coreaban eslóganes antiguerra al ritmo de tambores. Mientras disfrutaba del ambiente, que tenía un aire de carnaval, observé a un fotografo que daba vueltas entre los congregados con una gran cámara en las manos. Iba pasando junto a los grupos de manifestantes hasta que se detuvo de repente cerca de nosotros y preparó su aparato. Su objetivo no éramos los scouts de uniforme con nuestras artesanales pancartas de colores, sino dos figuras cercanas, envueltas en telas negras de pies a cabeza, que dejaban ver sólo sus ojos, y que llevaban en las frentes unas cintas donde se leía “yihad ahora”. De todos los cientos de personas presentes en el lugar, fueron las dos figuras de aire siniestro las únicas que atrajeron el objetivo del fotógrafo. Y este pequeño incidente no es ni único ni aislado. En realidad, resume la manera con que grandes sectores de los medios de comunicación, en este país y en otros, se acercan a los temas relacionados con los musulmanes. El vasto mundo musulmán, que se extiende sobre doce millones de millas cuadradas, con su población de mil quinientos millones de personas, se reduce a turbas aullantes, esposas golpeadas, hijas encerradas, y clérigos echando espuma por la boca mientras amenazan a Occidente con la muerte y la destrucción. Las imágenes son generalmente tan inquietantes, terroríficas y nauseabundas que si yo no conociera suficiente sobre el tema y su complejidad –lo que me permite cuestionar los mensajes que se nos transmiten–, seguramente hubiera renegado hace tiempo del Islam y de los musulmanes, y no hubiera querido tener nada que ver con ellos.

Algunos pueden argumentar que los medios de comunicación no crean estas imágenes que hielan la sangre y revuelven el estómago, sino que simplemente informan de lo que ya existe. Las cosas, sin embargo, no son tan claras. Porque la cámara no es ni neutral ni inocente, ni objetiva ni imparcial. Esta sujeta a un conjunto de elecciones y cálculos predeterminados que deciden qué vemos y qué no vemos, de qué nos enteramos y de qué no, y cómo vemos y nos enteramos de las cosas. Los medios de comunicación no son un espejo que refleja lo que hay afuera. Su trabajo no es una simple y pasiva transmisión, sino una creación activa, configurando y transmitiendo a través de un elaborado proceso de selección, filtraje, interpretación y edición. Las gigantescas corporaciones de la información y sus dueños, debemos recordarlo, no son organizaciones solidarias dirigidas precisamente por su amor a la humanidad.

Entre los 57 países del vasto conjunto cultural y geográfico conocido como mundo musulmán, unos son ricos y otros pobres, unos monárquicos y otros republicanos, unos “conservadores” y otros “progresistas”, unos más estables y otros menos, unos en los que las mujeres llegan a presidentas y otros que les niegan su derecho al voto, unos en los que dirigen universidades e instituciones académicas, otros en donde no pueden ir ni siquiera a la escuela primaria, unos que oprimen en nombre de la religión, otros que lo hacen en nombre del laicismo, unos que prohiben el pañuelo islámico, otros que pretenden imponerlo...

Pero todo este mosaico tan llamativamente variado está ausente de la información sobre el tema que dan los grandes medios de comunicación. Lo único que nos muestran es una masa de carencias generales, caos, estancamiento, violencia y fanatismo. El mundo musulmán es convertido en un objeto callado que no habla, sino sobre el que se habla, un fondo anónimo sobre el que se destaca el periodista enviado desde las metrópolis. Él o ella es el agente de la comprensión, el que descifra los misteriosos códigos de esta extraña entidad y descubre para nosotros sus secretos, el que sabe darle su significado y su sentido.

Pero quizás no se encuentre mayor voluntad de superficialidad y reduccionismo que en los reportajes sobre conflictos en Oriente Medio. Los espectadores asisten por unos minutos a descripciones de restos de destrucción, alborotos, humo, coches ardiendo, cuerpos calcinados, miembros amputados y sangre. Al no hacer ningún intento por explicar las causas subyacentes a las crisis en cuestión, los reportajes sólo acrecientan la confusión. Y es tal la confusión existente que a menudo se le da la vuelta a los roles, y a la víctima se la toma por opresor.

Todo esto ha sido confirmado por un buen número de estudios, como el que dirigieron Greg Philo y Mike Berry, de la Universidad de Glasgow, que analizaron horas y horas de reportajes de la BBC y de ITV sobre la intifada palestina de 2002, examinaron 200 noticieros y entrevistaron a unas 800 personas sobre su percepción del conflicto. Los investigadores encontraron un alarmante nivel de ignorancia y confusión entre los telespectadores: sólo un 9 % de ellos sabía que los “territorios ocupados” de los que se hablaba en televisión estaban ocupados por Israel, mientras que la mayoría creía que los palestinos eran los ocupantes.

Esto no nos debe sorprender dada la forma tan poco imparcial de dar las noticias, y la tendencia a oscurecer las razones centrales de este conflicto: Nunca se nos cuenta que 418 poblaciones palestinas fueron completamente destruidas en 1948, que sus habitantes fueron deportados por cientos de miles, que Israel se ha establecido por la fuerza en el 78 % de Palestina, que desde 1967 ha ocupado ilegalmente y ha impuesto varias formas de dominio militar sobre el restante 22 %, o que la mayoría de los palestinos –más de 8 millones– viven en la actualidad como refugiados.

Los reportajes sobre la guerra de Iraq no funcionan mejor. El telespectador recibe la impresión de que los males del país tienen su causa en la sed de sangre y de auto-mutilación de ese pueblo, con cada secta y grupo étnico buscando la destrucción de los otros. Los americanos surgen como los mediadores benignos cuyo papel consiste en imponer orden y evitar que los diferentes grupos se exterminen los unos a los otros.

Las causas de toda esta situación se esconden cada vez más bajo la alfombra: los 150.000 soldados desplegados en la invasión de un país a cientos de millas de distancia, la destrucción de la infraestructura de este país, la demolición sistemática de su memoria colectiva nacional, el expolio de su herencia cultural, la erección de un sistema político basado en el sectarismo étnico, la disolución de su ejército en nombre de la “des-baathización” y el armamento de cada facción contra la otra, primero los peshmerga kurdos, después las milicias shiíes con el argumento de “oponerse al triángulo sunní”, y ahora las tribus sunníes de al-Anbar bajo el pretexto de “combatir a Al-Qaida”. Los americanos hablan hoy de dividir Iraq en tres estados bajo la bandera del federalismo.

Lo que los reportajes de los medios de comunicación no nos cuentan es que los iraquíes están sufriendo hoy no por ser árabes, musulmanes, de piel oscura, o seguidores de una cultura “intrínsecamente violenta”, sino porque se han convertido en las víctimas de un juego de poder inmisericorde, que los ve como apenas algo mejor que insectos, como criaturas sin valor que se pueden pisotear sin tomarse la molestia de contar los muertos.

Imagínese si un determinado gobernante decidiera invadir las Islas Británicas con el pretexto de cambiar su añejo sistema realista, al estar encabezado por un monarca que considera que es un resto del feudalismo medieval incompatible con los “valores republicanos modernos” de ese gobernante. Imagínese si desplazara sus ejércitos y barcos de guerra para ocupar este país, si estableciera una “zona verde” en Westminster e impusiera una orden política que nos dividiera entre ingleses, escoceses, galeses e irlandeses; protestantes, católicos, judíos y otras minorías religiosas. ¿Estarían las cosas en Gran Bretaña mejor que en Iraq?

El problema es que nuestros irresponsables medios de comunicación no están deformando nuestra imagen de una religión lejana, de pueblos distantes o de remotos conflictos y crisis. En un mundo donde se solapan las fronteras políticas, culturales e identitarias, lo que hacen es jugar temerariamente con el tejido de nuestras propias sociedades, y erigir entre nosotros altos muros de ignorancia, miedo y odio.


Fuente: The Guardian, 12 de octubre de 2007
Traducción Observatorio de la Islamofobia