Obama, ser llamado musulmán no supone ser difamado


por Naomi Klein



Hillary Clinton negó haber filtrado la fotografía de Barack Obama con un turbante puesto, pero el responsable de su campaña dice que aunque lo hubiera hecho, qué importa. “Hillary Clinton ha usado la indumentaria tradicional de los países que ha visitado y las fotos han sido ampliamente difundidas”.

Seguro que lo hizo. Y George W. Bush se puso un encantador poncho en Santiago, y Paul Wolfowitz arrasó en YouTube bailando una danza africana contra la malaria cuando era presidente del Banco Mundial. La evidente diferencia es esta: cuando los políticos blancos se ponen étnicos, simplemente se ven como algo divertido. Cuando lo hace un contendiente negro a la presidencia, se ve extranjero. Y cuando la indumentaria étnica en cuestión se asemeja vagamente a la que usan los luchadores iraquíes y afganos (al menos a los ojos de muchos espectadores de la cadena Fox, que piensan que cualquier indumentaria en la cabeza que no sea una gorra de béisbol es una declaración de guerra contra los Estados Unidos de América), la imagen es francamente aterradora.

El “escándalo” del turbante es parte de lo que se conoce como la “difamación de ser musulmán”. Incluye de todo, desde la repetición exagerada del segundo nombre de Obama, hasta la campaña en Internet que asegura que Obama asistió a una madrasa fundamentalista en Indonesia (una mentira), prestó juramento ante el Corán (otra mentira) y que si fuese electo instalaría altavoces en la Casa Blanca para emitir la llamada musulmana al salat (esta me la he inventado yo).

Hasta ahora, la campaña de Obama ha respondido a estas "acusaciones" con agresivas correcciones que insisten en su fe cristiana y atacan a los atacantes. “Barack nunca ha sido musulmán ni ha practicado ninguna otra fe que no sea la cristiana”, declara una hoja informativa. “No soy y nunca he sido de la fe musulmana”, le dijo Obama a un reportero de Christian News.

Desde luego, Obama tiene que dejar las cosas claras, pero no tendría por qué pararse ahí. Lo inquietante de la respuesta a la campaña es que no desafía la vergonzosa y racista premisa que está en la base de la “difamación de ser musulmán”: que ser musulmán es, de facto, una fuente de deshonra. Los seguidores de Obama a menudo dicen que son swiftboarded [referencia a una campaña ultraderechista para desprestigiar al entonces candidato John Kerry, atacando su fama como héroe militar en Vietnam. N. de la T.], aceptando la idea de que ser acusado de ser musulmán equivale a ser acusado de traición.

Sustituya usted "musulmán" por otra creencia o etnicidad, y podrá esperar una respuesta muy distinta. Observe un informe de los archivos de esta publicación. Hace 13 años, Daniel Singer, el fallecido corresponsal en Europa de The Nation, a quien tanto echamos de menos, fue a Polonia a cubrir unas reñidas elecciones presidenciales. Informó que la carrera había descendido a un feo debate acerca de si uno de los candidatos, Aleksander Kwasniewski, era un judío en secreto. La prensa aseguraba que su madre había sido enterrada en un cementerio judío (ella seguía viva), y un popular programa de televisión transmitió una parodia con el candidato cristiano vestido como un judío jasídico. “Lo que me perturbó”, observó Singer con amargura, “fue que los abogados de Kwasniewski amenazaran con una demanda por difamación, en vez de presentar cargos bajo la ley que condena la propaganda racista”.

No deberíamos esperar menos de la campaña de Obama. Cuando se le preguntó durante el debate en Ohio acerca del apoyo de Louis Farrakhan a su candidatura, Obama no dudó en calificar los comentarios antisemitas de Farrakhan como “inaceptables y reprehensibles”. Cuando, durante el mismo debate, surgió la cuestión de la foto del turbante, no dijo nada en absoluto.

Los comentarios infamantes de Farrakhan sobre los judíos los dijo hace 24 años. La orgía de odio de la “difamación de ser musulmán” se desarrolla en tiempo real, y promete intensificarse en las elecciones generales. Estos ataques no sólo “difaman la fe cristiana de Barack”, como aseguró John Kerry. Son un ataque a todos los musulmanes, muchos de los cuales en efecto ejercen su derecho a cubrirse la cabeza y llevar a sus hijos a una escuela religiosa. Miles hasta tienen el muy común nombre de Hussein. Todos observan cómo su cultura es usada como un arma contra Obama, mientras que el candidato, símbolo de la armonía racial, no los defiende. Y esto en un tiempo en que los musulmanes estadounidenses están sufriendo lo más duro del asalto de la administración Bush contra los derechos civiles, incluyendo registros de las conversaciones telefónicas, y se enfrentan a un incremento demostrado en el número de crímenes de odio.

Ocasionalmente, aunque no lo suficientemente a menudo, Obama dice que los musulmanes "se merecen respeto y dignidad". Lo que nunca ha hecho es lo que Singer recomendó hacer en Polonia: denunciar los ataques en sí mismos como propaganda racista, en este caso contra los musulmanes.

La esencia de la candidatura de Obama es que sólo él –que de niño vivió en Indonesia y tiene una abuela africana– puede “reparar el mundo”, tras la ola de demolición de Bush. Ese trabajo de reparación comienza con los mil cuatrocientos millones de musulmanes del mundo, muchos de los cuales están convencidos de que los Estados Unidos han estado llevando a cabo una guerra contra el Islam. Esta percepción se basa en hechos, entre ellos, el de que los civiles musulmanes no se contabilizan entre los muertos en Irak y Afganistán; que el Islam ha sido ultrajado en las prisiones que ha montado Estados Unidos; que votar por un partido islámico le supuso un castigo colectivo a Gaza. También se basa en el incremento de una virulenta islamofobia en Europa y América del Norte.

Como blanco más visible de este creciente racismo, Obama tiene el poder de ser algo más que su víctima. Puede usar los ataques para comenzar el proceso de reparación global, la promesa más seductora de su campaña. La próxima vez que le pregunten si es musulmán, Obama puede responder no sólo aclarando los hechos, sino dándole la vuelta al asunto. Puede declarar que si bien una relación con un lobby farmacéutico puede ser un escándalo, ser musulmán no. Cambiar los términos del debate en esta forma no sólo es moralmente justo sino tácticamente inteligente: es la única respuesta que podría frenar estos odiosos ataques. La mejor parte es esta: a diferencia de terminar con la guerra en Irak y cerrar Guantánamo, enfrentarse a la islamofobia no necesita esperar hasta después de las elecciones. Obama puede usar su campaña para comenzar desde ahora. Que comience ya la reparación.


Fuente: The Nation, 28 de febrero de 2008
Traducción: Tania Molina / Observatorio de la Islamofobia

Véase también sobre este tema:
El candidato Obama pide perdón por haber tenido una familia musulmana