Vendido barato al imperio de la barbarie


por Jürgen Rose


«La dignidad de las personas es inviolable. El respetarla y protegerla es obligación de todo poder estatal», así lo dice la pauta central de la constitución de Alemania. Pero la dignidad de las personas no debe querer decir la dignidad de los alemanes. Esto tuvo que pensar Frank-Walter Steinmeier cundo, en su calidad de Jefe de Gobierno, presidió la llamada «Ronda presidencial».

Ese círculo secreto decidió, el 29 de octubre 2002, fríamente y con desprecio a los seres humanos, dejar a Murat Kurnaz pudrirse en el infierno del campo de tortura de Guantánamo. Porque si bien Kurnaz nació y se crió en Bremen-Hemelingen, en un barrio tradicional de trabajadores de la ciudad hanseática, tenía sólo un pasaporte turco. Que se ocupe Turquía del «talibán de Bremen».


Murat Kurnaz en la actualidad


Tal vez fue justamente esta canallada la carta de recomendación de Steinmeier para el puesto de ministro de Asuntos Exterioriores. Ya su camarada de partido, Otto Schily, llegó cuando lo menos a ser ministro del Interior actuando como terminator de los derechos fundamentales en la presunta «lucha contra el terrorismo». Es también notable que August Hanning, involucrado en el caso Kurnaz como jefe del Servicio de Información, ascendiera mientras tanto a secretario de Interior, mientras Ernst Uhrlau, anterior coordinador de los Servicios Secretos, de inmediato ascendiera a sucesor de Hanning. ¿Hostilidad hacia la Constitución como condición para ser promocionado?

El experto en derecho Prof. Peter-Alexis Albrecht lo advierte con una claridad meridiana:

«Hemos llegado a una situación en la que el ejecutivo representa un poder absoluto que ya no tiene ninguna conciencia constitucional. En su presunta aspiración a la seguridad, destruyen derechos fundamentales que en esta república hasta ahora eran sagrados».

Quod erat demonstrandum, como lo pone de manifiesto, de manera impresionante, el calvario de Murat Kurnaz.

Murat Kurnaz le dictó al periodista Helmut Kuhn sus vivencias como víctima de la «Cruzada contra el terror» llevada adelante bárbaramente y sin piedad. El texto, escrito con gran sensibilidad, hace estremecer a cualquiera que tenga un mínimo de sentido humanitario.

Para seres civilizados es simplemente incomprensible de qué manera el imperio de la barbarie trata a sus supuestos enemigos. Prácticamente cualquiera puede caer en las redes de los cazadores de terroristas: viejos, jóvenes, sin diferencia. Kurnaz nos relata que en el campo de tortura de Guantánamo, el prisionero más joven era un muchacho de 14 años y el más viejo, un anciano afgano de 96.

Él mismo, un joven de 19 años, cayó en las manos de la policía paquistaní cerca de Peshawar, el 1 de diciembre de 2001. Kurnaz se puso en camino hacia el lejano Paquistán el 3 de octubre de 2001 a la búsqueda, inspirada en la religión, del sentido de su vida y también, como él mismo dice, con un cierto deseo de aventura. Kurnaz se proponía estudiar el Corán y tomar contacto directo con el Islam. Justo el día de su regreso a Bremen, en uno de los tantos puestos de control, llamó la atención por el color claro de su piel y su vestimenta europea. Tuvo que bajar del autobús y fue detenido. Después de varios días de odisea por las cárceles paquistaníes, unos policías corruptos lo entregaron por 3000 dólares americanos a los verdugos de los servicios secretos americanos, quienes lo enviaron a Kandahar, en Afganistán.

Ya el vuelo hacia esa base americana estuvo acompañado de torturas brutales. Apenas llegado, Kurnaz fue sometido a torturas para obligarlo a declarar que él era un terrorista.

Un soldado norteamericano se fotografía mientras golpea a detenidos
civiles indefensos en uno de los campos de tortura para musulmanes
(fuente: AntiWar.com)


En un terreno cercado de la OTAN, lo hicieron pernoctar al aire libre junto con otros prisioneros, con temperaturas bajo cero a la noche. La primera noche la pasó desnudo. La escasa comida, echada a perder, la lanzaban a los prisioneros por encima de la cerca, cayendo en el fango. Los soldados, apuntándolos con sus armas, dejaban a los prisioneros durante horas de pie a la intemperie.

Soldados femeninos se mofaban observando a los prisioneros musulmanes tener que quitarse la ropa para poder hacer sus necesidades en unos cubos de plástico que funcionaban como letrinas. Además, obligaban a los prisioneros a desnudarse y les tiraban baldes de agua fría ¡en pleno invierno!

Una noche varios uniformados golpearon a un hombre brutalmente hasta matarlo y lo dejaron tirado sobre su sangre. Para Kurnaz seguían los interrogatorios durante horas con golpes y patadas constantes. Como él no “confesaba” vinieron entonces los electroshocks y después las temidas inmersiones en la “bañera” hasta hacer que casi se ahogara. Pero él siguió firme y no “confesó”.

Para doblegarlo, durante cinco días, los torturadores lo colgaron de los brazos con una cadena. Un médico controlaba regularmente el estado de los torturados. Así y todo, dice Kurnaz, muchos prisioneros mueren de una forma atroz bajo la tortura de los soldados. Justamente en ese campo, se produjo el encuentro memorable con los soldados KSK del ejército alemán, que lo habrían maltratado.

Desde Kandahar sigue el calvario de Murat Kurnaz hacia el temido Guantánamo. Veintisiete horas de vuelo amarrado en la sección de carga, recibiendo golpes y patadas. En el campo de tortura cubano, se enfrenta con el soldado norteamericano Gail Holford que lo amenaza diciendo: «¿Sabes lo que los alemanes hicieron con los judíos? Lo mismo hacemos ahora nosotros con vosotros». Bajo el sol abrasador del Caribe, a los prisioneros se les encierra en jaulas enrejadas de 1,80 m. de ancho, 2 m. de largo y 2 m. de alto, menos espacio que la norma fijada para una perrera alemana.

Los prisioneros están vigilados constantemente. Si alguien, en lo más mínimo, desobedece una orden totalmente arbitraria de los guardianes, es golpeado por grupos de la policía militar después de haber sido cubierto con spray de pimienta.

Kurnaz relata que los prisioneros heridos, aun con huesos quebrados, quedan sin atención – si tienen suerte. Porque si son llevados a la enfermería, tienen que contar con mutilaciones.


Una soldado estadounidense levanta el pulgar mientras manipula
las heridas de un detenido, posiblemente mordiscos de perro
(fuente: Washington Post)


El relato sobre su vecino de celda, Abdul Rahman, un jóven saudí, más o menos de su misma edad, va más allá de lo soportable.

Médicos militares americanos le amputaron las dos piernas, después de haber sufrido congelamientos por las condiciones espantosas en el campo de tortura de Bagram. Sus muñones estaban llenos de sangre y pus. «Así todo, lo arrojaron simplemente en esa jaula y lo dejaron tirado, sin ocuparse de sus heridas. ¿Cómo podía sobrevivir? ¿Qué médicos eran esos? ¿Qué eran esos guardias que le golpeaban las manos? ¿Qué eran esos seres?» se lamenta Kurnaz.

Desde luego se trata de preguntas esenciales en estos tiempos de la llamada «Guerra contra el terrorismo». Es de dudar que los que tenían el poder de intervenir en el caso de Murat Kurnaz, que permitieron este crimen contra la humanidad y que hasta hoy fanáticamente están convencidos de no haber cometido ningún error, y de que volverían a actuar de la misma manera, puedan escuchar estas preguntas desde el abismo de decadencia moral en el que se encuentran sumergidos.


Murat Kurnaz acaba de publicar el libro: Fünf Jahre meines Lebens – Ein Bericht aus Guantánamo. [Cinco años de mi vida – Un informe sobre Guantánamo]. Berlin, 2007.


Jürgen Rose es teniente coronel del ejército alemán


Fuente: Horizons et débats – Zeit-Fragen (Suiza)
nº 4 – 25 de junio de 2007